Lluvia
La lluvia vuelve a caer. Dios, ¿Con cuánta agua llenarás mis zapatos esta vez? Aunque esto, el desesperante zapato, la camisa, el pantalón, todo pegado y pesado a los que se les agrega cada vez más gramos con cada gota, no son ellos la razón que siempre me lleva a caminar bajo la lluvia. Tampoco es la brutal estética melancólica de los grises de mí ciudad lo que excita mi paseo, así como tampoco es ese cosquilleo tenue y desinteresado del chisporroteo en mi rostro, mis manos y mi pelo. A veces creo que es el olor, ese fresco aroma a lluvia, esas ganas de aire de mis pulmones apretados en mi pecho, sin embargo, tampoco alcanza esto para explicar el tan irracional acto de salir a mojarse. Otras veces imagino que la lluvia guarda un secreto que solo a mí me cuenta, ya que mi sostenido y calmo paso por las calles permite que me lo cuente al oído, mientras todos desesperan por refugiarse y no la escuchan. Sin embargo esto tampoco explica del todo lo que busco.
Lo que busco, es más bien a un quien. Busco ese encuentro febril, ese romance eterno, ese destello de mi corazón, ese desborde que me lleva a las lágrimas y hace aflorar en mí el milagro de la vida, el milagro de mi carne viva. Lo que busco es a ti, siempre a ti, mi inabarcable y eterna Belleza, que eres la que reúne todos los milagros juntos: la ropa, el agua en mi rostro, el aire, y el secreto que sólo yo escucho.

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