¿Cómo lograr cambiar?

Bien, habría que pensar unas series de cosas antes de seguir adelante. Por un lado la vida que hemos mirado, esa que se queda atrás en cada paso que damos, una vida volátil efímera y quimérica, se nos esta yendo de entre los dedos, se esparce y se disuelve frente a lo mejor que hemos podido hacer con el tiempo. Sintetizamos una cantidad de momentos, retenemos las cosas que por algún u otro motivo se volvieron los ejes explicativos de nuestros futuros, todavía disueltos y furtivos, repitiendo una y otra vez una circunstancia psicológica que ha entrado en nuestra mente solo para eso, para repetirse insensiblemente, sin considerar el momento y el lugar. Frente a esta situación nos preguntamos con lágrimas en los ojos ¿Qué es lo que debemos hacer? O, en el mejor de los casos, ¿Cómo lograr cambiar?
Tratar de cambiar no resulta nada fácil para ningún ser humano, los limites de la personalidad por más diversos que sean, siempre hace que nos enfrentemos al sufrimiento de los padecimientos tortuosos de nuestros pensamientos, que en fuga se presentan frente a nuestra mente sin que los podamos gobernar, sin que podamos decidir su aparición, confluencia y gracia. El que parece no padecer, solo se enfrenta en un padecimiento más enajenado, y sus decisiones suelen ser extremas, respaldando así una personalidad negadora he insegura. Nadie, por más que no lo exprese, logra huir de la angustia del sí mismo. Lo cierto es que esta intolerancia a nuestros propios errores se vuelca y se desborda, se sobrepasa y se expresa en el más satírico rasgo de lo humano, la intolerancia de lo uno mismo se revivifica en el otro, el otro es el objeto de nuestras transferencias y de un crudo rasgo de perversión. Así movemos las piezas de nuestra vida para poder caminar, entre solos y acompañados, alejando y apegando.
Los afectos son los mejores representantes de nosotros mismos, sino podemos soportar, en un inmenso acto de desprecio, lo más propio de nosotros mismos, difícil sería poder tolerar nuestros espejos vivientes.
Sin embargo nadie es víctima, todos somos hacedores y destructores, y dentro de la naturalidad de un flujo normal de nuestras enfermedades, nunca sentados vemos pasar el cadáver de nuestro mejor amigo, siempre somos responsables, en la misma medida que nadie tiene en su propio reflejo la exacta presencia de sus ideales, siempre como maquinas deseantes, interpelamos en la misma medida en que nos presentamos, escorzos de un cuerpo imaginario, el otro se nos representa deformado mientras creemos que bien lo observamos. Esta deformidad expresa el vínculo que frígidamente tenemos con nosotros mismos, lo nuestro-erótico es un narcisismo que se presenta en un doble sentido: la voluntad de una supervivencia ingenua, como mecanismos de defensa que venden los ideales a la palabra más venenosa y, por otro lado,  como la necesidad de sostenerse frente al otro, que a la vez se demuestra con su voluntad desplegada, con las mismas intenciones de supervivencia.
Por eso otra vez, ¿Cómo cambiamos?
La pregunta que así se formula no es otra cosa que la búsqueda de un nuevo deseo de escapar a la vaguedad de nuestro autodesprecio. Sin embargo, y acá hay que hacer una aclaración para muchos que solo entienden las cosas a fuerza de frases sentenciosas, los seres humanos somos seres incompletos y por esto, solo por esto, fagocitamos nuestra propia vida, la soslayamos a bienes superiores, y siempre permanecemos en disgusto con algo que requiere un cambio. Quienes alegremente no sienten lo que digo son básicamente personas que no están siendo sinceras consigo mismas, y lo que es más grave, no están siendo sinceros con las personas que dicen querer. Obviamente cualquier persona que viva en un estado de absoluto aislamiento, lo cual es sencillamente una fantasía, no se enfrenta a su dolor por la existencia, no se enfrenta a ningún espejo que lo refleje, por tanto, difícil sería que una persona así pueda sentir algo de la emotividad propia de querer a alguien. Esto es básicamente un imposible, porque un ser humano por el hecho mismo de permanecer en su ser, es una fuente desbordante de sentimientos, que tienen su raíz en la fuente primigenia del encuentro con el otro, somos primates indefensos y necesitamos al otro, aunque sea para odiarlo o destruirlo.
Por eso, el primer gran paso para decidir un cambio, es definir cual es la sospecha que tenemos de nuestro propio ser, de nuestra personalidad, qué es lo que se nos representa como odioso de nosotros mismos. Lo más fácil para esto es ver que es lo que nos molesta del otro. En casi todos los signos de una transferencia podemos encontrar el más vivo espejo de un ser que odiamos. El otro es el principio y el fin de nuestras miserias, si no podemos mirar con objetividad la bronca, el odio, la molestia o la simple intolerancia contra al otro, tampoco podemos reconocer que eso no proviene del otro y que básicamente todo con lo que colmamos esta figura escorzada del otro, tiene su origen en los sentimientos fuentes de nuestra psiquis enferma. No podemos odiar al otro sin odiarnos a nosotros mismos, el peor infierno es el que susurra desde adentro.
 Con al menos este paso ya hemos crecido de manera sorprendente, el gran paso de reconocer nuestras miserias hace que nos sintamos con el malestar de nosotros mismos, es lo que motiva al menos un deseo ínfimo de querer cambiar algo que se vio siendo repetido una y otra vez en el transcurso de nuestras vidas, esto que lastima y que debe ser repensado. En definitiva con el disgusto de nosotros mismos confluye el gusto de ser mejor, al menos damos trabajo al imaginario para que cree la imagen de alguien que no es con tal o cual rasgo. Servimos a una personalidad que puede no ser, el hombre requiere autentificarse en la posibilidad.   
 En principio es motivador poder recrear la ilusión del cambio, sino la tenemos estamos perdiendo las ganas de un nuevo paso, en definitiva perdemos el deseo de ser he ignoramos la diseminación del sentido, necesario para no caer en el rol de ser esclavos de nosotros mismos.


Rodrigo Martín
08 Octubre de 2010.

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