¿Cuántos saltos?

Un salto, y una mirada atrás de lo que significó. En muchos momentos de nuestro transcurrir vemos la necesidad de hacer un salto. Intentamos muchas veces salir al encuentro de una nueva forma de vivir y ésta nos obliga, nos inspecciona, pidiendo un salto. Algunos filósofos ya han sostenido con necedad el fundamento del salto, siempre eclipsada su importancia por el fundamento del “hacia qué saltar”, y definieron el salto en base a su objetivo. Sin embargo hoy no corremos con la ventaja de definir nuestros caminos en base a un tal ente (sea Dios, la Naturaleza, y ya tampoco, el Dinero).
            Los saltos que hoy nos debemos, en general, se valoran  por una cuestión de intensidad, el salto depende de una intensidad, no de su objetivo. El objeto del hacia…hoy fisurado, corrupto o desmentido, son solo sombras de una mascara que esconde otras mascaras, hasta un infinito que tampoco es suelo seguro para ningún pie.
            El salto sin objeto es la preeminencia de la labor de la des-fundamentación que viene dándose en los últimos tiempos. Hoy, como dijo un sabio de nuestro tiempo, vivimos la “transvaloración de todos los valores”. Reconocer un salto sin valor no es reconocer el salto, el salto posee un valor propio que hoy se expresa con la máxima nitidez debido a la eliminación de las sombras producidas por la búsqueda de una prostituta llamada verdad.
El salto implica hoy, un riesgo, un riesgo que lo reprime, lo detiene, lo contiene y lo resguarda de una nebulosa fantasiosa que permanece al acecho. Asumir el riesgo es jugar con los valores que nos fueron dados y saltar bailando por la vida, ésta es la única y real forma de confrontar la actualidad, ser como una nena que juega al elástico.   

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