Una cadena de implicaciones
Quien con premura se pregunta por el yo, pronto se le vendrá a la cabeza un razonamiento que tiene algo, entre incuestionable y peligrosa mentira. No podemos dejar de pensar en un yo cuando pensamos en el yo de nuestra propia existencia, sin embargo no responde a esta apariencia, más que una  fabula ingeniada desde un nivel que produce catastróficas consecuencias. Hay un plano, al hablar del yo, que se formula en la autoafirmación de una sugestiva forma de ser, que quiere sentirse de forma tal que nos permita, hablar, pensar, caminar, en definitiva, un cierto lugar de conciencia paradójicamente intencionada.  Al parecer todos debemos creer en una semejante identidad a fin de que, sobre la base de semejante creencia, fundamentemos una entidad que nos permita, lo que hasta ahora, hemos dado el nombre de ser.
                El cambio de nuestro estilo, de nuestro colchón de pareceres, nuestro punto de vista, entre algo de verdad, entre algo de mentira, pretende que consumamos el fin de la tal entidad para poder cernirnos sobre su sangrante herida, y hundir, sin más, el filo más fino de nuestras capacidades humanas. Es un hecho conocido que el sol de la verdad ya fue eclipsado por las sombras, que la tierra quedo a oscuras, mientras que cantidades de suicidas profetas se exiliaron en la locura, con el claro objetivo de aguardar al acecho, como aves de rapiña, para el momento en que las victimas de estas apocalípticas sombras cayeran sobre el suelo y tendidos yacen creyentes de su propia ignorancia.
Los pasos para poder aprovecharnos de esta situación algo escabrosa, implican un nuevo tipo de racionalidad, que no cuestiona al yo por su entidad, por su lugar, o por sus oscuros deseos reprimidos, sino, sobre todo, por plantear la irracionalidad desde el seno mismo de lo que llamamos hasta ahora, orden, dios, verdad, mentira, conocimiento e ignorancia.
 Los modelos de la locura evocan formas de creencias, o de filosofías,  que promulgan una disposición errática y crítica cabalgando a los hombros de los jinetes de este apocalipsis, a estos modelos les conviene lo que convino. El morir del hombre fue anunciado por pensadores de un natural sentir por la vida, mientras que curiosamente eliminaban, a la vez, sus propios yoes, sacando de sí mismo, todo rasgo de sanidad de los cuerpos, y por tanto, de lo que sutilmente solemos dar el nombre de vida. Debemos mirar de nuevo la biografía de estas vidas, que como artistas incomprendidos, murieron de formas cruelmente trágicas: entre estas vidas cuento con los mejores nombres, Nietzsche, Althusser, Foucault, Sartre o Deleuze entre otros. Debemos preguntarnos por el fin de estas vidas con curiosidad y decirnos si estos hombres han dejado todo de su supervivencia en sus filosofías, agotando lo que básicamente nos sostiene a todos, un sutil empeño por quedarse aquí.
¿Implica la destrucción del pensar yoico un riesgo hacia la locura?, ¿O es que en definitiva los grandes maestros alcanzaron finalmente algo que nunca pudieron expresarlo más que con su propias tragedias?
Aún no lo sé, creo que mi pensar es muy joven e inmaduro, pero voy a tomar el riesgo, ya que solo de esta manera, inaugurando la continuidad de la descontinúa creencia, es que puedo afirmarme a mí mismo, sin identidad, perdido en todos ustedes, de todos aquellos que quisieron leerme, mientras profundizo mi esquizo-análisis, los implico a ustedes como me implicaron a mi también.

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