Si todo fuera lo que fue…
Hay muchas veces que sentimos esta frase como una verdad lapidaria que nos indica lo mal que estamos acomodándonos a nuestros acontecimientos. Para rehuir de semejante explicación contrafáctica, debemos pensar que lo que acontece nos espera desde el momento antes de que nos suceda el algo hecho (factum) para indicarnos que solo es verdad la efímera historia que se nos da a vivir. Y el “se” del darse las cosas depende de una instancia impersonal del cual la mismísima muerte cobra su valor: decimos llueve tanto como decimos “se” muere. Es que la muerte siempre es muerte de otro y jamás nuestra, y en cuanto se piensa la muerte propia, el susurro de la ignominia sale a nuestro encuentro. ¿Qué sentido tiene pensar nuestra muerte si cuando suceda estaremos ya muertos? (Epicuro). Lo que vemos es el acontecer del otro y debemos cobrar una responsabilidad profunda de la significación del otro, desde el otro y por el otro. Solo de esta manera comprendemos el nivel superficial y humorístico del acontecimiento. El acontecimiento es solo pensable para el que “se” ríe de su propia desgracia, esto es, forma de vida del niño maduro que juega con las normas de su vida, se adelanta y sabe lo que el acontecer es, solo como acontecer de la superficie (ni cielo ni profundidad).  
Nos queda abandonar el contrasentido factico del acontecer para querer el sinsentido paradójico de nuestra propia vida, siempre como responsabilidad humorística con el otro.
Quien comprenda algo de estas palabras sabrá en su propio andar qué es lo que realmente es querer nuestro acontecer, mientras que a su vez sabrá responder al ¿Quién quiere morir?

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