El condenado del amor
-Por Dios quédate, por él al menos no te vayas, por lo pronto solo él justifica el saco de huesos que significa mi existencia- replicaba el condenado del amor.
-Solo me quedaré por la pobreza de tu alma, solo eso será consuelo para mi sed, la divinidad es solo un juguete de tu mente para satisfacer tu ingenuidad- respondía la dama de negro.
-Al menos muerto estaré en paz, y finalmente podré tolerar mi condena- reflexionaba el condenado.
-Eres un imbécil, no existe alivio ni en vida, ni en muerte, tu corazón siempre estará podrido por la luz invisible de tu alma, como una flor que se seca al sol. Eso, mi inocente, te perseguirá por siempre, no se agotará en toda tu eternidad- dijo altiva, la dama de negro.
-Pero, yo, nunca, siempre…¿siempre sufriré?- dijo asustado el condenado del amor.
-Siempre. Tu alma posee el germen irremediable del dolor humano, tu sensibilidad poética- marcó devastadoramente la dama.
-Pero acaso ¿no puedo dejar de sentir? Si pudiera esconderme en la fortaleza de mi corazón, tal vez pueda librarme del suplicio eterno- meditaba el condenado.
-Ja ja, por eso es que tu inocencia es mi alimento, debes comprender que lo que quieres ocultar es lo único que te hace bello, solo que no sabes cómo expresarlo. Pero ahora ya es tarde para eso, espera tu nueva oportunidad después de otro eón, y dejadme hundir el cuchillo, ya que por eso me llamaste- sentenció la dama de negro.
Un día después encontraron al condenado del amor en su catre, con una daga en el corazón, dicen que se quitó la vida por no soportar la soledad.  

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