El decir del planeta
Digamos que un buen día la tierra se cansa, digamos que harta de soportar la mugre con que la adornan, empieza a querer disfrazarse un poco más de planeta, de hogar, y un poco menos de escenario de actores bastardos que recrean la obra de la nada en la que se hunden, hundiendo con ellos las toneladas de excreciones que producen.
Digamos que la tierra se siente agotada y digamos que un día se decepciona de sus frutos. Digamos que comienza a quejarse y reparte los castigos planetarios para los ladrones de su naturaleza. Digamos que se siente infeliz, digamos que ya se siente el olor a enojo, que comienza a emerger de sus profundidades. Digamos que sabe que puede lograr que se repare en su ausencia, que el olvido es ingrato y que la voz de la presencia hasta ahora ausente puede ser inexpresablemente devastadora.
Luego, finalmente, reconozcamos con dolor nuestra inclemencia y finalmente no digamos nada, porque decir solo pueden los vivos, y ahora toca escuchar el discurso del planeta, al menos callemos por dignidad.

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