De las dos caras de esa persona
De entre todas las personas, hay personas que aman y personas que odian, y respectivamente personas que nos aman y personas que nos odian. Hay personas, de entre los que aman y odian, que jamás podemos olvidar por el embrujo de la vida, que persisten por siempre en nuestras sensaciones y que esconden la llave de todo lo que nos hace ver la verdad, siempre oculta, de nuestro propio llegar a ser. Son estás ultimas las que dejan una brecha infranqueable en el corazón, las que en los casos positivos, su remembranza, no hace más que revivificar sonrisas, mientras que en los negativos, no hacen más que producir dolores indecibles.
De entre estos dos últimos tipos, escojo siempre a las primeras, ya que son las únicas que develan la verdadera esencia de nuestra alma, que, para que quede en firme, nos es eternamente oculta a nosotros mismos. Sin embargo este tipo de elección es francamente imposible, porque el mismo aspecto paradojal y perverso de la ingenua senda que llamamos vida, hace que estas personas se junten en una sola y que, por lo tanto, aquellas que nos producen las mejores sonrisas, sean las que nos den los más grandes dolores, haciendo de estos personajes un punto de irrepetible flexión de nuestras vivencias, una luz mesiánica de un encuentro algo absurdo del hombre con su capacidad sensible, el eterno rayo de determinación de los que nos conceden, por vez irrepetible, nuestra esencia invisible, solo para abrazarla y nunca perderla, hasta casi olvidar que nos es inasible por siempre.
Es por esto que se desploman todos nuestros valores, nuestras creencias, solo por personas que se salen de la escala fijada para cualquier persona. Muchas veces, cuando las perdemos, ya que nada tenemos por siempre, lo mejor que nos queda es abocarnos a las remembranzas positivas, para ver si en el recuerdo de esos ojos, podemos ver destellar el chispazo furtivo de nuestra sutil esencia.

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