El hombre que vio nacer el apocalipsis
Él era un caído de la cultura, los libros, según él servían para sostener puertas y decorar paredes, la tecnología le llamaba la atención tanto como llama la atención un ruido molesto o un brillo en medio de un bosque oscuro. Sus sensaciones se acomodaban a la época a fuerza de reniegos, aceptaba su época mediante quejas continuas y una incomodidad sobre el sí mismo y sobre sus semejantes.
Respetaba los valores tradicionales, aunque más de una vez se los olvidaba según su propia conveniencia. Siempre trataba de comportarse como un trabajador responsable, un padre estricto y un ciudadano servicial. Su familia lo recordaba, desde la última vez que lo había visto, como una persona saludable, aunque terriblemente complicado de tratar.
Esa noche había terminado su rutina de domingo, los mates y un asado al mediodía, las facturas de la tarde y los partidos de fútbol, coronando la noche con un resumen de todo los actos deportivos que no había logrado captar con su frenético zappin por los mismos tres canales de noticias. Veía en el deporte algo mucho menor a un entretenimiento, sino una mera justificación para poder hablar con los clientes de su puesto de diarios.
Fue cuando acomodó el despertador para que sonara en la madrugada que sintió la extraña sensación de soledad, de la cual se había olvidado hace ya casi veinte años, un repentino sentimiento de excitación, nerviosismo que se parecía bastante a una angustia. Sin embargo decidió no darle más peso que el de una copa de vino, y luego se acostó para poder olvidar.
El destello que entro por la ventana, minutos antes de que suene el despertador, lo levantó algo malhumorado y más quejoso que de costumbre. Cuando miró por la ventana se percató que una enorme bola de fuego se dirigía dispuesta a ingresar por la puerta de su casa. En ese momento respiró hondo e imagino que esto era culpa de alguien, de alguien que no era él, de algún político que no había manejado correctamente las relaciones internacionales, de algún idiota que había controlado mal un tren, de algún enfermo que intentaba matar violentamente a alguno de sus vecinos. Pero jamás pensó en él, jamás pensó en que el fuego que hizo explotar su casa tenía más sentido para él que para cualquier otra persona, jamás pensó en que el residuo espacial que entro por su puerta era la forma que tenía el destino para lidiar con su personalidad, justamente por eso, porque él jamás pensó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario