El fin de los insípidos:
            Tenemos que pensar en los agenciamientos, esa tarea de estar en el mundo, como ser disuelto, corrompido y diferenciado, las formas de sustraerse a un espacio nómade del cual nos vamos debiendo desterritorializar continuamente. El espacio sin pliegues que nos dejan caer a la libertad de un mundo que no se sabe representar, o si de hecho puede ser representado. El sujeto es algo disuelto, el modelo cartesiano ha sufrido de las compulsivas fisuras del psicoanálisis, el sujeto se ve constituido por expresiones incipientes que lo cruzan, el modelo se ha quebrantado y ya no sabe cómo definirse. Porque, en tanto que piensa, ahora reconoce la dimensiones de una forma de concebirse, que nubla la coherencia masturbatoria de una racionalidad que todo lo puede, que se consigna como modelo de la concepción humana ligada a la actividad de un computo invencible.  
            ¿Cuál son las repercusiones de estos fríos modelos intelectuales para actual cotidianidad de la vida? Simplemente nos queda comprender que la vida requiere de algo más que autoconciencia, cobrando el real sentido del otorgamiento y la quita de los deseos. El deseo es hoy la forma de entender el acto de voluntad que se obsesiona con el mundo, el mundo que desenvuelve sus brazos y acapara la vida humana, el delirio del mundo, por el mundo y en el mundo. Un delirio que nos ubica sobre un domicilio existencial y existenciario. Camino a forjar un nuevo institucionalismo, un nuevo modelo con el cual dirigir la vida, debemos aclarar, a fidelidad de nuestras pretensiones: es el ser humano el que debe comprometerse con una continua proliferación de sentido, un sentido que debe permanecer diseminado, lo intensivo por sobre lo extensivo. Los constructivismo que desde hace tiempo eclipsan “las psicologías”, deben ser recomprendidos desde un nuevo ángulo, en el cual el vórtice lógico no implica sino complica a la mente humana.
            Nos debemos un compromiso con nuestras formas de dirigir el entendimiento, somos cruzados por el deseo, por la diferencia y por el sentido. Debemos agenciar la vida desde esta organización desorganizada, desde el complejo diverso de la historia, de los fenómenos socio-culturales, en fin: somos seres-caminos trazados en un mapa difuso y que en cada paso se van deshaciendo sus estelas perdiéndose en la noche de los tiempos. Nuestra exigencia es obligación, y como tal, no podemos abandonarla aunque nos parezca irracional. Esto es el deber del hacer, irremediable sustento de una vida que nos lleva a hacer, con el otro, por el otro y en definitiva, sobre el mundo del otro, que también es el nuestro.
            Este es el fin de los insípidos.

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