¿Somos seres de complejos desenlaces?
Esta pregunta otorga más que lo que cuestiona, otorga un prejuicio general sobre el hombre y la mujer actuales, a saberse: estamos todos lindando una especial locura. Este delirio, sobre el que ya me he pronunciado algunas veces, tiene una faceta que peligra en acabar con la vida, que se plantea desde este horizonte, una lejanía que no vemos sino una vez caídos; el abismo es una forma de estar que repele la decorosa definición de las personas normales y es que esta normalidad era otro prejuicio que se supuso como verdadero, promulgando de esta manera, una serie de criterios, límites y sanidades, que mostraban lo que se suponía se debía ser, de manera ortodoxa y ya hace mucho tiempo poco eficaz.
Hoy vemos los escándalos que llevan adelante nuestros prójimos como locuras del otro, sin percatarnos que es locura de uno. El juego del sentido es algo que peca de un universalismo siempre diferente, es por esto que no podemos auxiliarnos en el refugio del Uno, sin comprometerse con el mensaje del Otro. Es decir, en el momento en que la singularidad se enfrenta a su propio hábito, a su propia cotidianidad, vemos el acontecer de nuestra vida con un sentido unilateral, que en verdad, no es más que repelencia repetitiva de una locura generalizada. De esta manera es fácil hacer el juicio del otro, sin comprensión.
Hoy vemos los escándalos que llevan adelante nuestros prójimos como locuras del otro, sin percatarnos que es locura de uno. El juego del sentido es algo que peca de un universalismo siempre diferente, es por esto que no podemos auxiliarnos en el refugio del Uno, sin comprometerse con el mensaje del Otro. Es decir, en el momento en que la singularidad se enfrenta a su propio hábito, a su propia cotidianidad, vemos el acontecer de nuestra vida con un sentido unilateral, que en verdad, no es más que repelencia repetitiva de una locura generalizada. De esta manera es fácil hacer el juicio del otro, sin comprensión.
Otro de los supuestos que recoge nuestra pregunta es el que se refiere al desenlace, y más precisamente, de lo que llamo el desenlace complejo. Creo (a la sombra de Richard Rorty) que si bien no hay algo así como un desenlace, hay un principio y un fin de una “narrativa identificante”. Esta narrativa es la letra que entra en nuestra carne en forma de lenguaje y nos convierte en seres de cultura. Pero referido al nivel de la complejidad y su vínculo con la locura o al menos -para los que no soportan este término- la llana “anormalidad”, debemos pensar de qué manera somos, en ésta nuestra actualidad, seres de desenlaces complejos.
Las historias pocas veces ya, nos dejan moralejas (justamente por la pérdida de la hegemonía de la normalidad), pocas veces nos damos el necesario silencio que se escucha al finalizar la historia, pocas veces re-flexionamos sobre aquella primera flexión que implica la narración, y peor aún, pocas veces nos percatamos que al haber “oído” aquel cuento, somos propietarios del mismo cuento que ahora se diferencia en nosotros, nuevamente haciéndose carne con la aguja del lenguaje, volviéndonos narradores de una nueva historia original. Este último punto, recogiendo los demás, es donde debemos reparar para responsabilizarnos por el Otro, y más aún, por el Uno (si existieran semejantes categorías), por una locura global que gesta un virus del que el hombre de la actualidad no está pudiendo evitar, convirtiéndonos en cables de una pseudo-narrativa de la información, reproduciendo sin producir -crear- y sin comprender el rol de ser un nuevo narrador, ya que solo así veremos que la violencia de esta sociedad nos agrede a nosotros mismos, en su acontecer singular y general, en un compromiso en forma de “apego” y un descompromiso en forma de “desinterés” al mismo tiempo.
Las historias pocas veces ya, nos dejan moralejas (justamente por la pérdida de la hegemonía de la normalidad), pocas veces nos damos el necesario silencio que se escucha al finalizar la historia, pocas veces re-flexionamos sobre aquella primera flexión que implica la narración, y peor aún, pocas veces nos percatamos que al haber “oído” aquel cuento, somos propietarios del mismo cuento que ahora se diferencia en nosotros, nuevamente haciéndose carne con la aguja del lenguaje, volviéndonos narradores de una nueva historia original. Este último punto, recogiendo los demás, es donde debemos reparar para responsabilizarnos por el Otro, y más aún, por el Uno (si existieran semejantes categorías), por una locura global que gesta un virus del que el hombre de la actualidad no está pudiendo evitar, convirtiéndonos en cables de una pseudo-narrativa de la información, reproduciendo sin producir -crear- y sin comprender el rol de ser un nuevo narrador, ya que solo así veremos que la violencia de esta sociedad nos agrede a nosotros mismos, en su acontecer singular y general, en un compromiso en forma de “apego” y un descompromiso en forma de “desinterés” al mismo tiempo.
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