Canciones de amor y suspiro de vida, poemas y obras de llantos desgarrados, una melodía que retrotrae las imágenes de mil vivencias que recuerdan a una infección del corazón. Todos vivimos en la vida sucesos que impregnan toda cadena de recuerdo, retenciones del pasado que fundamentan el futuro. Hay dos formas de vivir: estimulando el engrosamiento del pasado para una construcción de los presentes, o reparar en el futuro para la estimulación de los mismos presentes. La única forma que se mantiene firme es la del indemne presente que vivimos, un presente siempre por venir o ya pasado. Esto hace de los pasados y los futuros un sueño de sucesivos presentes actuales y efímeros, que se escapan entre los dedos.
¿Cómo asir el presente? No hay forma. Lo mejor a lo que puede aspirar la conciencia es el enlazamiento de la unidad sintética de una vida a una historia de recuerdos y deseos, es por esto que debemos tratar de reparar en la constante de la vida (el presente), como un pasado que es lo que hace pasar los presentes, en su sentido real de siempre pasados. Un paso delante siempre es un paso atrás como un solo complejo de instanciaciones de una vida, no cerrada, he inconclusa, aún para la muerte.
Además de que la subjetividad sea un enlace de un tiempo o de una temporalidad, es sobre todo un complejo de vivencias algo impactantes, o traumáticas, que hacen revivir constantemente la repetición de presentes fallidos, como una repitencia del dolor, un desafío de la vida que nos propone un esfuerzo aperceptivo, una toma de conciencia del trauma como repetición, siempre a la espera de que esta vez podamos hacer algo más con las circunstancias efectivas de lo afectivo traumático: vale decir, es lo afectivo lo que encadena el hilo de Ariadna de las vivencias, es el corazón el que se somete a una constante prueba.
Vemos aquí que una psicología del inconsciente, si bien tiene algo que ver, no alcanza para conformar la unidad de la conciencia como forma de un ego afectivo, sintiente y por así decirlo, enamorado. Más bien es lo que solemos llamar el corazón, la emoción, la vida de nuestros sentimientos, lo que constituye nuestra conciencia, ya lo suficientemente olvidado por estas psicologías que las dejan en el lugar de afecciones involuntarias de nuestro ser, de cosas que advienen a una estructura de profundo desorden psíquico.
Considero que aquel que puede sentir realmente el flujo de sus emociones, en su manera del sentir y no del intelectualizar, será el que pueda conformarse en la autosatisfacción amorosa de la vida, una suerte de enamoramiento a la vida, no solo como pauta fisiológica de un cuerpo viviente, sino más profundamente, como una corriente de sentimientos que afloran en la expresión de nuestras experiencias emocionales, un mirar a la vida como una corriente de sentimientos implica un enamoramiento sin objeto de deseo más que la mismísima vida puesta como unidad de este flujo de emociones (llantos, alegrías, placeres y dolores culturizados).
Es por esto que, llanamente, el traumado, es el que no supera la repitencia ni logra constituir una diferencia efectiva entre esas repeticiones, es una persona imposibilitada emocionalmente, una persona que no puede poner término a su odio (a sí mismo, a los otros, a los padres, etc.), correlato del desamor a la vida quedando apegado a una circunstancia traumática que lo aleja del natural amor a la vida. Amar la vida no es sencillo para nadie y exige que podamos borrar un facilismo de nuestra conciencia emocional, un supuesto que indica que amar es siempre amar algo, un objeto de amor. El desafío consiste en pensar en un amor que se despliegue como necesidad existencial, que sea amor de todo y nada, ya que al trascender la barrera de los principios intelectuales podemos consentir contradicciones y vivificar los supuestos como identidades lógicas, trayendo a la verdadera realidad de lo humano y su sentir, como un complejo contradictorio del enamoramiento de todo y nada al mismo tiempo, un amor hacia la vida, en su darse contradictorio.
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