Cansado ya de las angustias decidí saltar por encima de lo burdo que es la odisea de los recuerdos, mostrándome con falso orgullo, suspirando fuerte y con decisión, creyendo que podría salir del refugio de mi corazón oxidado separando entre las penas y los dolores, y hasta sentí por un segundo la fortaleza que da el saber que todo está perdido. Fue cuando hice vibrar a las mariposas y las flores.
Luego recordé otra vez y recordé también que no puedo olvidar, que mostrarme es menos que ser, que el corazón nunca se decide si más duelen las penas o los dolores y que siempre hay algo por perder, hasta la propia vida. En ese momento hice vibrar mis huesos muertos.
Finalmente, ahora, recuerdo que olvidar sólo es posible si se recuerda hasta memorizar el olvido, que del ser solo tenemos noticias en la medida que se muestra, que el corazón se oxida por el paso desde los dolores hasta las penas, que si pierdo la vida al menos ya no estaré. Y ahí fue cuando me percate que hago vibrar al mundo.
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