Para una mujer que no conozco
Hay unas veces en las que lloro por la distancia de tu boca, otras en la que sonrío y me alegran los perfumes, los colores y es cuando recuerdo la brisa por tu pelo. Otras en las que simplemente imagino tu cuerpo desnudo, perfecto para mí, las sensaciones y hasta las formas en las que lo puedo acariciar. Agarro, entonces, esa hoja arrugada, esa que aplastó el peso de mis eternos libros, y con unos trazos ingenuos trato de describir esa fantástica imagen, convirtiendo el barro en oro me vuelvo un alquimista de tu perfección. Es por esos momentos por lo que aun deambulo por la vida, debo justificar tu sublimidad, soy sacerdote de tus recuerdos, un soldado que no sirve para otra batalla.
Eres directriz de mi pluma, eres artífice de mis sueños y canción para mi despedida. Eres luz guía de mi desconsuelo, capacidad infinita de mí amor, que yace tieso helándose en la esquina de todos nuestros inviernos, ya sin calor, ya sin olor, ya sin tu pelo ni tu cuerpo.  
Recuerdo una vez más que estoy soñando, que me he perdido imaginándote, que estoy en viaje a mí casa, donde me espera mi colchón, altar para mis alucinaciones, en el que volveré a soñarte, a ti, la mujer de mis sueños, que tranquila me esperas para hundirnos juntos en la perfección.

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