Es ese algo eterno que relame las heridas, es la carne del olvido, es la tierna sonrisa de una desaparición, es aquello lo que me lleva a gobernar en un campo de cicatrices, infierno de la soledad caótica, un contrato con letra muy pequeña que firmé con la tinta con la que se escribió el mundo. Los pálidos colores de mi cuerpo ya invisible van recorriendo, pisando y soportando. Todo un gobernante del hastío que se jacta de poder, sobre la soberanía de un pueblo que no lo escucha, o que simplemente no existe. Un gobierno anárquico que se subleva siempre, todo por sobre todo, un sí mismo de ilegalidades, de corrupciones, de destrucciones que se acumulan sin techo. Soy rey en mí gran ciénaga en la que todo es ausencia, falta de cuerpo, falta de suspiros, falta de perfume, falta de besos y un gran extravío de sentimientos. La corona es preciosa, para recordarme mi título, para recordarme lo que no puedo olvidar. Sus gemas, su brillo, sus curvas y sus afiladas puntas, hacen que me destaque en mi abandonado feudo. Algunos se asoman, se jactan, me observan, soy el payaso para cierta macabra diversión. A estos los invito a pasar y a caminar juntos en mis tierras, ya que al menos con ellos podré dejar de sentirme sólo, en éste, mi reino de letras, recuerdos, lamentos y heridas.
bello como siempre...
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